Gerardo Mora (marzo-julio 2020)
Aunque parezca increíble, hay agresiones al personal médico por creer que transmiten el coronavirus. Algunos grupos creen que no existe. Y otros atacan a los equipos de sanitización por creer que contagian intencionalmente con su labor. Y en las redes se difunden disparates que podemos considerar “representaciones”.
La escuela es el lugar más propicio para la formación de una cultura científica, considerando el contexto de los alumnos de educación básica. En México son más de seis millones en su último nivel (secundaria), con cursos específicos de ciencias en los tres grados. Biología, Física y Química son complementados con matemáticas, idiomas, sociales, educación física y artística. Sin embargo, los resultados de diversas pruebas aplicadas al finalizar este ciclo son decepcionantes. Y no existe un diagnóstico que permita mejorarlos para formar una cultura científica.
La crisis mundial por el “coronavirus” muestra la urgencia de una educación científica. Esta es sustituida por las redes y los medios masivos, generando miedo y reacciones perjudiciales. Además de medidas preventivas, es necesario que las escuelas básicas retomen la enseñanza mediante la Situación-Problema.
Aunque parezca increíble, no existe en México un consenso sobre cómo realizar la educación científica a niños y adolescentes. Una cosa es el currículo y otra la forma que toma en las aulas o en que se evalúa el aprendizaje. Se supone que los directivos escolares orientan su gestión o, al menos, apoyan a los profesores de Ciencias. Pero, por muchas razones, esto no es así.
Sin duda hay que corregir los programas de estudio, así como fortalecerlos con libros y materiales, incluyendo “laboratorios” escolares en los que se pueda aprender activamente. Para luego seguir con la formación continua, con años de atraso sino es que décadas, y una gestión escolar formativa. En efecto, si la gestión es burocrática limitará -por decir lo menos- lo que ocurra en las aulas. Y si es formativa coadyuvará a pesar de los obstáculos precedentes. Así volvemos al problema de la formación continua, pero ahora de los directivos escolares.
En México se dedica un día al mes, más dos semanas antes de iniciar al curso, a reuniones de Consejo Técnico Escolar (CTE) para desarrollar una agenda genérica (“guía”) para la “mejora continua”. Pero sin realimentación de las autoridades ni evidencias, lo que limita sus resultados y desarrollo. Además de que la guía se orienta a evitar el rezago, lo que se traduce en acreditar a los alumnos “en riesgo”. Las “calificaciones” no permiten una evaluación de los aprendizajes, auténticos o declarativos. Así la “caja negra” se convierte en un “hoyo negro”.
Siendo realistas, queda en los profesores la posible educación de los alumnos. Tal vez en otros lares esto es una obviedad, pero no en nuestro caso. Primero porque no hay una orientación hacia la cultura científica en la gestión escolar. Y porque se distrae la tarea del profesor en el aula.
La búsqueda de la “normalidad mínima” (que todos los profesores y alumnos asistan puntuales, que se usen los libros de texto, que participen todos los alumnos en clase) no resolvió los problemas educativos de las escuelas básicas. Como otras medidas y reformas, se abandonó sin pena ni gloria, pero la calidad o excelencia siguen sin lograrse. Cierto es que estamos en espera de nuevos currículos y libros de texto, pero sin un cambio en la gestión escolar no tendrán impacto.
En la actual “sociedad del conocimiento” el fomento de la lectura mecánica y el “cálculo” (las 3 erres del siglo XIX) que se hizo en la educación básica -a costa de la cultura científica- también fracasó y se ha abandonado. Pero continuamos con una enseñanza informativa con aprendizajes memorísticos, en el mejor de los casos. Dijimos que había que priorizar la ciencia y el aprendizaje “situado”, incluso en las ciencias sociales como lo hemos hecho en Historia mediante la Situación-problema. Esto es posible con la gestión adecuada, requiere que los directivos la impulsen.
Los CTE podrían dedicar una parte de su tiempo a la gestión pedagógica, al trabajo de academias para la planeación, preparación y evaluación de aprendizajes. Aunque la labor de los “jefes de enseñanza” siempre fue insuficiente -numerosos profesores a visitar- al menos había reuniones por asignaturas que permitían alguna actualización. Ahora todo esto recae en cada profesor, casi siempre fuera de su horario laboral.
En México el profesor atiende varios grupos con decenas de alumnos de secundaria pública (12 a 15 años), además de comisiones y sus actividades administrativas. Las sesiones son de 50 minutos por grupo, casi siempre en aula (pizarrón al frente con sillas alineadas). El libro de texto gratuito es el único recurso seguro. Considerando todo el contexto escolar, las condiciones de aprendizaje son pobres. Lo que se logre depende del profesor, sus recursos y preparación. Y del apoyo que le puedan proporcionar los directivos escolares porque se le ha dejado solo en el aula.
Por supuesto que la formación de una cultura científica no solo es de los profesores de Biología, Física, Química o Matemáticas. El famoso “currículo oculto” se correlaciona con la gestión escolar y los directivos que la aplican. Es común que los alumnos, profesores, personal y directivos hagan “vidas separadas” con relaciones prestablecidas. La escuela “no aprende”, no es una comunidad de aprendizaje. Y el alumno refuerza la cultura que el contexto le impone, generalmente contradictoria a la curricular.
Necesitamos enfocar la atención a los directivos escolares para el fomento de la cultura científica. Y sugerencias para una gestión formativa en las escuelas básicas con Situaciones-problema, proyectos, el aprendizaje basado en problemas, el “aula invertida” y las actividades “situadas”. También destaco los programas de radio y “televisión” de alumnas y alumnos de secundarias técnicas de la Ciudad de México (https://www.youtube.com/user/DGESTmedia ).
La sociedad requiere sensibilizarse sobre la necesidad de la educación científica. La complejidad del sistema escolar orilla a la burocratización a costa de lo educativo. El costo para el país es elevado más allá del presupuesto, por lo que urge una política pública antes que cualquier legislación “aterrice”.